Heredé de ella la disciplina, el método y el rigor, su amor por el huerto y el jardín, por la tierra, la estructura ósea de la cara, que fue pasando de generación en generación, y la capacidad de vivir en soledad. Pero también la dureza y el orgullo, el no poder perdonar la traición, la negación a la autocompasión y la determinación de incendiar todo lo que del pasado me liga al dolor. Y subimos…