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Kindle Notes & Highlights
Mi madre pasaba por delante del marco de la puerta sin cesar. Del cuarto de vestir al dormitorio, del dormitorio al cuarto de vestir, ida y vuelta, ida y vuelta, y en cada pasada movía el aire y de su habitación exhalaba una mixtura de perfumes, una mezcla de tabaco y nardos que me extasiaba, me amansaba. Era el inconfundible «olor a mi madre», la mujer más bella del mundo entero, la más hermosa de todas de lejos, la madre más perfecta que ningún niño podría desear tener, llena de virtudes y de misterios, y de la que vivía perdida y constantemente enamorado.
—¿Y el bambino? —El bambino nacerá donde tenga que nacer, Lucía… Ya sabes que me gustaría que fuese paisa… que naciera en Medellín, donde pasé mi infancia… pero da igual dónde nazca… Ahora…, ¡si llega a nacer en México, te mato!
Nací el 3 de abril de 1956 en el Hospital de San Fernando de Ciudad de Panamá. Poco más de tres horas de parto fueron más que suficientes para entrar en un cuadro de peligro severo que acabó en una cesárea irremediable para poder salvar, in extremis, las vidas de mi madre y la mía. Todo se complicó.
En la partida de nacimiento soy Luis Miguel por mi padre, como era de uso llamar a los primogénitos, y Luchino en honor a mi padrino, Luchino Visconti. Apellidos: González Bosé Lucas Borloni.
Soy hijo de dos animales de raza pura, bellos a rabiar, fascinantes, únicos e irrepetibles, con naturalezas extremadamente resistentes al dolor físico y más aún a las adversidades, de carácter indómito y de personalidad apasionada, dominantes, curiosos y audaces, valientes, egocéntricos, elegantes, creativos, modernos, abiertos, de mundo, de la calle, con don de gentes, ambos urbanitas de raíces campesinas, de valores sólidos y tradicionales, no creyentes y destinados el uno al otro, la otra al uno. Esa es mi genética de base. Mitad español y mitad italiano, castellano y lombardo por exactos
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una mujer a quien la Guerra Civil le pasó seis veces por encima, y a la que sobrevivió por hábil, honesta y mirar de frente al diablo.
naturaleza. Yo no recuerdo a ninguna otra personalidad, aparte de mis padres y pocos más, que estuviera a su altura. Era magnética, fascinante, cautivadora, bella y con casta. Lola tenía ese lado salvaje e indómito que solo poseen los felinos y los océanos.
Era una mujer imponente y su mirada no cargaba rencor. Decía que la vida no hay que entenderla, que intentarlo era tiempo perdido, que había que vivirla día a día, resolviendo lo que te toque sin quejarte ni protestar, porque el hacerlo no trae cosas mejores. Que en cada día están las respuestas a tus preguntas. Que se te mandan señales que hay que saber detectar y descifrar, pero primero verlas. Me decía: «Mighelino, una hoja que cae puede significar algo que por fin dejas atrás, una pérdida tal vez, pero también algo que se deposita para hacerte el camino más acolchado, una respuesta a si
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Heredé de ella la disciplina, el método y el rigor, su amor por el huerto y el jardín, por la tierra, la estructura ósea de la cara, que fue pasando de generación en generación, y la capacidad de vivir en soledad. Pero también la dureza y el orgullo, el no poder perdonar la traición, la negación a la autocompasión y la determinación de incendiar todo lo que del pasado me liga al dolor. Y subimos…
Para Miguelito, Pablo lo era todo y para Pablo, Miguelito era su pasión privada, su retorno a la infancia. Se olieron y de inmediato se reconocieron.
Nunca averigüé de dónde sacaba el tiempo para fabricar alegrías, ni nunca lo quise averiguar.
La Tata decía que cuando alguien hace cosas a escondidas para agradar a otra persona es porque la quiere mucho mucho.
«Los geranios, la hierba luisa, la albahaca o el cedrón, y la menta por ejemplo, ahuyentan los mosquitos y por eso, pequeño mico, se ponen en las ventanas de las casas de los pueblos, para que no entren, y mira, frótate las manos con hierba buena y acércala a las hormigas verás cómo se espantan».