Mi padre no había cumplido con sus promesas, y creo que mi madre se enteró tarde de que jamás podría cambiarle, como, en general, suele pasar con los hombres. Pero confió en ese amor que todo lo puede incluso por encima de las naturalezas más indómitas que, a fin de cuentas, las gobiernan. Y se equivocó. A pesar de las repetidas advertencias de sus amigos italianos, se equivocó. O tal vez confió demasiado en que se diesen excepciones. En todo caso, apostó por un milagro que no aconteció.