Vivir es ir hablando, y el hablar nos sitúa más allá de nuestro propio juicio, de nuestra individualidad: en un ámbito de impersonalidad, en esa última universalidad –nuestra y ya no nuestra– que ninguna filosofía puede justificar, pero cuya maravillada conciencia –para todos– está en la palabra poética –como lo es la de Ulises–, por ser la palabra más universal.