Joyce declararía siempre que debe a sus educadores jesuitas el entrenamiento en «reunir un material, ordenarlo y presentarlo»: de hecho, para bien o para mal, lo que recibió de los jesuitas fue tan vasto y complejo, que no sería arbitrario decir que la obra joyceana es la gran contribución –involuntaria, y aun como tiro salido por la culata– de la Compañía de Jesús a la literatura universal.