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November 27, 2023 - March 10, 2024
Se les conocía como almogávares y eran unos tipos realmente temibles. Antes de atacar golpeaban sus chuzos de metal haciéndolos sonar al grito de «Desperta Ferro».
Lo consiguieron tras una sola batalla, la de Bicoca, en abril de 1522. Bicoca era un paraje al norte de Milán donde el ejército imperial se encontró con el francés. Fue algo rápido y sencillo que se saldó con cero bajas por parte del bando imperial. Por esa razón en castellano cuando algo es muy fácil de conseguir decimos que es una bicoca.
Jaime Llidó Domingo liked this
El 8 de septiembre entraron en el puerto de Sevilla, dispararon los pocos cañones que les quedaban y amarraron la Victoria. Solo regresaban 18 hombres: 13 españoles, tres italianos, un portugués y un alemán. Lo desconocían, pero eran, después de Dios, los que más sabían del verdadero tamaño y complejidad del ancho mundo que empezaba, tímidamente, a abrirse a los ojos de Europa.
Pero no solo se fue una fortuna en metálico por el desagüe holandés. La aventura salió carísima en términos humanos, culturales, políticos y de prestigio internacional. Los ochenta años de guerra en un rincón del continente detrajeron cuantiosos recursos que bien podrían haberse empleado en otros asuntos más convenientes. Si alguna vez existió eso que llaman la decadencia española, esta empezó por Flandes.
Lerma, un hombre a quien perdía el dinero, creía que todos compartían idéntica naturaleza. Parte de razón no le faltaba, casi todo el mundo tiene un precio, pero siempre hay hombres que desprecian el vil metal y actúan movidos por móviles más idealistas.
Un profesor de la universidad de Salamanca redactó el llamado requerimiento, que debía leerse en voz alta para exigir sumisión a los indígenas. El requerimiento les informaba de que el Papa, vicario de Dios en la Tierra, había donado aquellas tierras a los reyes de Castilla por lo que tenían dos trabajos por delante: el primero convertirse al cristianismo, el segundo someterse a la autoridad del rey.
Los indios, además, no fueron convertidos en esclavos tal y como muchos de los conquistadores deseaban. Las leyes de Burgos les declararon súbditos de la corona y, por lo tanto, libres. Los conquistadores y sus hombres no podían convertirlos en botín esclavizándolos. Les permitía emplearlos como mano de obra en sus tierras, pero a cambio de que se encargasen de su evangelización.
A finales del siglo xvi los límites de la América española estaban ya bien delimitados. Al norte se fundían con las Rocosas y la gran llanura de Norteamérica. Al sur hacían lo propio con la Patagonia y los bosques del sur de Chile. La ciudad más meridional era Valdivia, fundada por Pedro de Valdivia en 1552 unos mil kilómetros al sur de Santiago de Chile. La más septentrional era Santa Fe, en el actual Estado de Nuevo México, fundada por Juan de Oñate en 1598. Ambas ciudades están separadas por 13.200 kilómetros, una distancia similar a la que hay entre Lisboa y Vladivostok.
Las ciudades se trazaron conforme a patrones ya conocidos en Castilla desde la Edad Media. En tanto que no había aristócratas y la tierra se repartía entre los colonos de manera más o menos equitativa, proliferaron las ciudades con tramas regulares. En el centro había una gran plaza con la iglesia y los órganos de Gobierno que mayor era en función de la importancia de la ciudad. Esa es la razón por la que todas las ciudades virreinales en América, da igual donde miremos (Ciudad de México, Lima, Cartagena de Indias, Quito, Antigua Guatemala, Córdoba en Argentina o Comayagua en Honduras) son
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Para el joven Felipe, Olivares era un todo un hombre de mundo que había nacido en Roma y tenía tierras en Andalucía. Estaba, además, bien relacionado en la Corte. Solo le faltaba ser grande de España, una dignidad reservada a unos pocos y que el rey concedía a su entera discreción. Fue eso mismo, la concesión de la grandeza de España, lo que simbólicamente le convirtió en valido. Unos meses después de ser proclamado Felipe le pidió en público que se cubriese. Solo los grandes podían llevar el sombrero puesto en presencia del monarca, todos los demás tenían que descubrirse.