El nombre de la rosa
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Kindle Notes & Highlights
Read between March 24 - April 20, 2025
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como dice Boecio, nada hay más fugaz que la forma exterior, que se marchita y se altera como las flores del campo cuando llega el otoño.
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La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos,
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Yo ya había descubierto que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza y, habiendo tenido ocasión de apreciar sus sutiles dotes de diplomático, comprendí que deseaba llegar a la meta precedido por una sólida fama de sabio.
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Porque no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa,
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La biblioteca se defiende sola, insondable como la verdad que en ella habita, engañosa como la mentira que custodia. Laberinto espiritual, y también laberinto terrenal. Si lograseis entrar, podríais no hallar luego la salida.
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Por lo que se ve que también en París las ideas estaban confundidas, o que alguien trataba de confundirlas en beneficio propio.
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enturbiar las ideas e impulsar a todos a convertirse en inquisidores para beneficio de sí mismos.
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me ha llevado a pensar que a menudo son los propios inquisidores los qu...
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A mí no me parece que predicaran nada contrario al Evangelio, pero cuando entra en juego la posesión de los bienes terrenales es difícil que los hombres razonen con justicia.
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grupos de hombres que creen que la verdad puede obtenerse mediante el hierro al rojo vivo.
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la incandescencia de la verdad procede de una llama muy distinta.
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Me faltó coraje para hurgar en las debilidades de los malvados, porque comprendí que son las mismas debilidades de los santos.
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No, el mal de la abadía es otro, búscalo en quienes saben demasiado, no en quienes nada saben.
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como advertía el gran Roger Bacon, no siempre los secretos de la ciencia deben estar al alcance de todos, porque algunos podrían utilizarlos para cosas malas.
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—Porque la ciencia no consiste sólo en saber lo que debe o puede hacerse, sino también en saber lo que podría hacerse aunque quizá no debiera hacerse.
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Pídeme misericordia, si quieres, pero no me pidas silencio.
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Nunca como en estos últimos años los predicadores han ofrecido al pueblo, para estimular su piedad y su terror (así como su fervor y su respeto por la ley humana y divina), palabras tan truculentas, tan perturbadoras y tan macabras.
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No te fíes de las renovaciones del género humano que se comentan en las curias y en las cortes.
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Así se explica que la rebelión contra el poder se manifieste como reivindicación de la pobreza, y se rebelan contra el poder los que están excluidos de la relación con el dinero, y cada vez que se reivindica la pobreza estallan los conflictos y los debates, y toda la ciudad, desde el obispo al magistrado, se siente directamente atacada si alguien insiste demasiado en predicar la pobreza.
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A menudo, para muchos de ellos, la adhesión a un grupo herético es sólo una manera como cualquier otra de gritar su desesperación.
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Mientras me acostaba, pensé que mi padre no debería haberme enviado a recorrer el mundo, pues era más complejo de lo que yo creía. Estaba aprendiendo demasiado.
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Así, devotamente, me quedé dormido, y por mucho tiempo, porque, al parecer, los jóvenes necesitan dormir más que los viejos, quienes ya han dormido mucho y se disponen a hacerlo para toda la eternidad.
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los predicadores anunciaban el fin de los tiempos, pero los padres y los abuelos de Salvatore recordaban que no era la primera vez que esto sucedía, de modo que concluyeron que los tiempos siempre estaban a punto de acabar.
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—Entonces, cuando digo a Ubertino que la misma naturaleza humana, con sus complejas operaciones, se aplica tanto al amor del bien como al amor del mal, intento convencerlo de la identidad de dicha naturaleza humana.
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eso siempre llega demasiado tarde, si es que llega, y para entonces la verdad de los simples se ha transformado en la verdad de los poderosos, más útil para el emperador Ludovico que para un fraile de la vida pobre.
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Por eso, el hereje empieza predicando la pobreza y después acaba cediendo a todas las tentaciones del poder, la guerra y la violencia.
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Oh, el amor tiene efectos muy diversos; primero ablanda el alma, luego la enferma… Pero más tarde ésta siente el fuego verdadero del amor divino, y grita, y se lamenta, y es como piedra que en el horno se calcina, y se deshace y crepita lamida por las llamas…
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Como me habían dicho, Dulcino era culpable de muchos crímenes, pero había muerto horrendamente en la hoguera. Y una vez allí su comportamiento… ¿había sido firme como el de los mártires, o perverso como el de los condenados?
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Nada hay que infunda más valor al miedoso que el miedo ajeno:
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¿Qué les contaremos entonces a los pecadores si no podemos amenazarlos con el infierno inmediato, enseguida después de la muerte?
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la búsqueda de las leyes explicativas, en los hechos naturales, procede por vías tortuosas.
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¿Nunca cometéis errores? —A menudo —respondió—. Pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en el esclavo de ninguno.
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—Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir,
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Cuanto más viejo me vuelvo, más me abandono a la voluntad de Dios, y menos aprecio la inteligencia, que quiere saber, y la voluntad, que quiere hacer:
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—El bien de un libro consiste en ser leído. Un libro está hecho de signos que hablan de otros signos, que, a su vez, hablan de las cosas. Sin unos ojos que lo lean, un libro contiene signos que no producen conceptos. Y por tanto, es mudo.
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—Nadie nos exige que sepamos, Adso. Hay que saber, eso es todo, aun a riesgo de equivocarse.
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—Acepto el riesgo de la condenación. El Señor me absolverá, porque sabe que he obrado por su gloria. Mi deber era custodiar la biblioteca.
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aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de filosofía, y de pérfida teología…
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La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto, y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría.
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La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios.
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Y de este libro podría surgir la nueva y destructiva aspiración a destruir la muerte a través de la emancipación del miedo.
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Al contrario, yo diría que su presencia nos es imprescindible, se inscribe dentro del plan divino, porque su pecado estimula nuestra virtud, su blasfemia alienta nuestra alabanza, su penitencia desordenada modera nuestra tendencia al sacrificio, su impiedad da brillo a nuestra piedad, así como el príncipe de las tinieblas fue necesario, con su rebelión y su desesperanza, para que resplandeciera mejor la gloria de Dios, principio y fin de toda esperanza.
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El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda.
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Sin duda, la iglesia era más accesible, y por tanto más defendible que la biblioteca. A esta última la había condenado su propia impenetrabilidad, el misterio que la protegía, la escasez de sus accesos.
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El Anticristo puede nacer de la misma piedad, del excesivo amor por Dios o por la verdad, así como el hereje nace del santo y el endemoniado del vidente. Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia.
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Tenía miedo del segundo libro de Aristóteles, porque tal vez éste enseñase realmente a deformar el rostro de toda verdad, para que no nos convirtiésemos en esclavos de nuestros fantasmas.
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porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.
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Descubrí, pues, que una novela no tiene nada que ver, en principio, con las palabras. Escribir una novela es una tarea cosmológica, como la que se cuenta en el Génesis (ya decía Woody Allen que los modelos hay que saber elegirlos).