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Empezando a escribir un después que ni siquiera imaginábamos.
aprendí que hay que dejarse llevar por las emociones. Sentirlas. Aunque a veces sintamos cosas que duelen, que dan miedo. Porque es el conjunto de todas ellas el que nos da forma, el que nos dibuja, con luces y sombras, desde distintos ángulos, hasta obtener un reflejo nítido de quiénes somos en realidad.
Él me enseñó que hay viajes sin destino. Y que el destino es un viaje en sí mismo. Sin mapa. Sin brújula. Sin estrellas que nos guíen. Porque no importa el camino que elijas. Ni que te pases la vida viajando a «ninguna» parte. Al final, la última parada siempre será la tuya. Tu destino.
A veces, la vida se convierte en una gran ola. En apariencia solo ves agua y espuma, nada que deba darte miedo. Nada que pueda hacerte daño. Y te confías. Permaneces en la orilla, observando cómo se acerca.

