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La sociedad argentina parece bastante desquiciada. Allá los fascistas dan sus opiniones en la televisión y los dirigentes clandestinos de la guerrilla se reúnen a tomar helado con whisky en una confitería del centro de la ciudad.
Sembrar la confusión y el desconcierto era una de las pocas cosas que los servicios de inteligencia hacían con eficacia.
“otro gran problema de la DINA es su sistema de interrogación. La fuente reveló que sus técnicas parecen tomadas directamente de la Inquisición española, y con frecuencia causan daños físicos visibles al interrogado.
Dice que según le han contado las ciudades huelen mal y que la gente en esos sitios se vuelve invisible.
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“Les sacaban los ojos con cuchillos, les quebraban las mandíbulas, les quebraban las piernas... Al final les daban el golpe de gracia. Se ensañaron... Se los mataba de modo que murieran lentamente. O sea, a veces los fusilaban por partes. Primero, las piernas; después, los órganos sexuales; después, el corazón. En ese orden disparaban las ametralladoras”.
después de desaparecer a alguien, salen a buscarlo como si nunca lo hubieran detenido. De esa forma construyen verdaderas pruebas de inocencia con vistas al futuro.
Una tiranía nunca es un fenómeno de generación espontánea, sino el resultado de un proceso en el que tercian múltiples intereses y donde intervienen muchos factores.
El veneno del autoritarismo se destila despacio, durante años o décadas, y termina depositado en el más peligroso de los lugares: el Estado.
En Santiago de Chile, el 14 de junio de 1974 Augusto Pinochet y los demás integrantes de la Junta de Gobierno firman el decreto ley N.° 521 mediante el cual se le da estatuto jurídico a la Dirección de Inteligencia Nacional, la DINA. A partir de ese momento, los poderes del Mamo Contreras y de su grupo de tareas estarán avalados por la nueva institucionalidad neonazi que construye el pinochetismo a paso redoblado.
Ustedes son los que se creen dueños de la verdad, los que condenan sin que se les mueva un pelo. Son los que duermen tranquilos porque se convencieron de que tienen la conciencia limpia.
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muchos detenidos, cuando son torturados, generan extraños mecanismos de autodefensa: colapsan, permanecen horas en estado catatónico, pierden el habla, infartan, se extravían… El dolor y la desesperación los lleva a anularse a sí mismos.
El de los bebés recién nacidos era un negocio que implicaba dos cosas: la complicidad de quienes atendían el parto y la eliminación posterior de la madre recién parida.
La censura se ha generalizado, se queman libros y se prohíben películas y canciones. Hay un estadio que ha sido habilitado como prisión, y familias enteras marchan al exilio con lo puesto por temor a las represalias militares
En Uruguay, en el año 2001, muchas personas tenían conocimiento de que los militares guardaban, en sus propios cuarteles, pruebas irrefutables de sus crímenes.
Curiosamente la Argentina peronista no debería estar incluida entre los países que han caído bajo la tiranía militar, y sin embargo aquí, según ella misma ha podido apreciar, la represión y el crimen son iguales a los descritos en los reinos de Pinochet, Bordaberry, Banzer o Stroessner.
William Colby acaba de declarar muy suelto de cuerpo que “Estados Unidos tiene derecho a actuar ilegalmente en cualquier región del mundo, acumular investigaciones en otros países y hasta llevar a cabo operaciones de intromisión en los asuntos internos chilenos”.
En realidad, nadie le tiene miedo a los ladrones sino a las patrullas militares.
La polarización política y el recrudecimiento de las acciones armadas han llevado a que en la práctica no sea posible distinguir entre los operativos realizados por la Policía y aquellos en los que la Triple A actúa a la manera tradicional de los escuadrones de la muerte.
Esa indefensión de la población civil provoca un estado de histeria que es fácilmente perceptible en los rostros de la gente y en la conducta de muchas personas que no quieren enterarse de las cosas que ocurren a su alrededor.
Con los años, todos ellos tendrán sus apodos y se harán famosos criminales, acumularán acusaciones y deberán enfrentar los testimonios de sus víctimas, pero por ahora son apenas oficiales del Ejército uruguayo a cargo de las tareas de inteligencia en la lucha contra la subversión y el comunismo.
En la sala hay olor a desinfectante y a carne chamuscada. El preso no habla y todos están enojados por eso. Se trata de un hombre joven con el pelo cortado al rape, que está semidesnudo y muy golpeado. Caprichoso, empecinado en un mutismo que termina por ser irritante, el prisionero se niega a colaborar. Lo trabajan con electricidad y el tipo se cimbra más y más, pero no coopera.
Se llama Juan Carlos y ha nacido, pero hasta hoy ella no sabía dónde estaba. Ahora, en todo caso sabe que está en otra parte y con otro nombre, pero que aún no ha empezado a ser otro, así que él todavía no se convirtió en un muerto viviente.
Varios tupamaros presos terminaron en el hospital militar con fracturas, paros respiratorios, traumatismos múltiples y hasta muslos desgarrados por mordeduras de perros. Hubo violaciones en la mayoría de los cuarteles, y ningún oficial quiso pasar por flojo en esa circunstancia.
Esas personas anónimas, quienes viven en el infierno acaso sin saberlo, también están a solas con sus propias vidas. Hombres y mujeres que van y vienen, sonríen, bostezan, pasean sus perritos, aguardan la llegada del día siguiente.
Una gran cantidad de prisioneros desaparecidos seguirían sin aparecer, y muchos niños robados por los militares y los policías en nuestros países durante los años del Plan Cóndor permanecerían en esa especie de no lugar que es la identidad sustraída: lo que no se es y, a la vez, lo que se es sin saber. Muchas jóvenes madres fueron chupadas por las dictaduras. Sus restos aún esperan.

