«Vuelve con tu escudo o sobre él». Eso era lo que las madres espartanas les decían a sus hijos y esposos mientras les entregaban sus escudos antes de una batalla. Para una sociedad que detestaba a los rhipsaspides —los cobardes que dejaban caer su escudo para poder huir, o aquellos que lo perdían en el combate—, solo había dos formas válidas de regresar a casa: o victorioso, o con tu cadáver transportado encima de tu escudo.