Y yo pensé: No soy especial, no soy la elegida. Ese era el escudo que utilicé durante años frente a la verdad, frente a la certeza de que estaba destinada a algo más grande. Pero en ese momento, mientras se cernía sobre mí, comprendí cómo era ese mundo. Siempre habría un hombre decidiendo mi destino, ya fuera mi padre, un arconte o un marido.