Juan David Vargas Quiceno

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Era blanca, como el Espíritu Santo y, según había interpretado en clases de religión, ese era un espíritu en el cual no se podía confiar. Había embarazado a la Virgen María y luego la había abandonado. Las palomas blancas no eran de fiar. Ni los espíritus. Ni los santos. Ni las vírgenes. Ni los padres.
Donde cantan las ballenas
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