Una persona a la que le enseñan a sentirse culpable aceptaría cualquier fórmula con tal de dejar de sentirse así. Culpable por lo que pensaba, por lo que sentía, por lo que imaginaba. Nada podía escapar de los juzgamientos de esos seres ocultos detrás de hábitos grisáceos, cuya misión era sembrar la culpa para vender el perdón.