Sabía quién le había inoculado el miedo a la desnudez, por el fracaso de su mente en borrar lo poco que le enseñaron las monjas durante el tiempo que asistió al colegio. De ellas aprendió a sentirse culpable. Una persona a la que le enseñan a sentirse culpable aceptaría cualquier fórmula con tal de dejar de sentirse así. Culpable por lo que pensaba, por lo que sentía, por lo que imaginaba. Nada podía escapar de los juzgamientos de esos seres ocultos detrás de hábitos grisáceos, cuya misión era sembrar la culpa para vender el perdón.