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Me bastaba un simple roce o su olor para identificarlo, y, si me quedara ciego, lo reconocería por su modo respirar o pisar el suelo. Lo reconocería incluso en la muerte, en los confines del mundo.
Es correcto buscar la paz para los muertos —insiste Príamo con voz amable—. Tú y yo sabemos bien que no la hay para quienes los sobreviven.
—Os encomiendo una misión para después de mi muerte: mezclar nuestras cenizas y enterrarnos juntos.
Los músculos lo traicionan siempre, pues buscan la vida en vez de la paz que podría darle la lanza.

