La represión, la incapacidad de decir que no y una falta de conciencia de la propia ira hacen mucho más probable que una persona se encuentre en situaciones en las que sus emociones no lleguen a ser expresadas, sus necesidades sean ignoradas y su amabilidad explotada. Tales situaciones favorecen el estrés, independientemente de que la persona esté conscientemente estresada. A base de repetición y multiplicación a lo largo de los años, poseen la capacidad potencial de dañar la homeostasis y el sistema inmunitario. Es el estrés —no la personalidad en sí misma— lo que mina el equilibrio
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