Para aquellas personas habituadas a altos niveles de estrés interno desde la primera infancia, es la falta de estrés la que crea malestar, evocando aburrimiento y una sensación de inutilidad. Hans Selye observó que existen personas que se vuelven adictas a sus propias hormonas de estrés, a la adrenalina y el cortisol, y a tales personas el estrés les resulta deseable, mientras su ausencia supone algo a evitar.