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Estaba preciosa. Mara siempre estaba preciosa. Menos cuando se ponía el disfraz de mujer respetable y tradicional, algo que nunca le sentó bien. Una careta a juego con un traje de chaqueta y un peinado conservador, una casa con jardín en las afueras y un novio (por simpático
—Tú eres una salvaje perturbada, con pupilas de yonqui, y no llevas sujetador, como las putas.
Aparté el vestido y ahí se quedó. Una mártir arrodillada en ropa interior, suplicando respuestas que no quería darle, porque no debió hacer esas preguntas. Una santa que lloraba en silencio. Joder, sólo le faltaban los estigmas, aunque la escena ya era bastante macabra sin necesidad de sangre.
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