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Un corazón que se rompe, en todo caso, se parece más al tirón de esa piel que el sol quemó.
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Y entonces me pregunto si el estado primario del corazón quizá sea esa grieta, esa cuchillada; y si el trabajo verdadero de la vida —y del placer, y de la escritura— consiste en inventar una masilla pegajosa, densa, con la que poco a poco volver a ensamblarlo.
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Entonces, ¿qué es más humillante: el reposo o la efusividad? ¿La narración cristalina o aquella que corrompe al pudor? ¿Acaso hay diferencia? ¿Y acaso esa diferencia importa?
Escribir: mirar al espejo y no odiar ni amar lo que veo, pero sí disponer de la capacidad de reinventarlo.
Se trata, como adelantaba Despentes, de ser capaces de expresar nuestras fantasías y tal vez de esa manera llegar a comprenderlas. Pero también de trabajar a favor de un deseo plural por medio del consentimiento, pues, en palabras de Punsoda, «pensar las tensiones sexuales para proteger al débil es un deber para con la persona y la historia. Hacerlo sin matar el deseo es un deber para con la vida, el arte y la gracia del mundo».
Una de las preguntas más torpes que yo me hacía al comienzo era esta: ¿de verdad es posible amar a más de una persona? * Luego todo cambió: ¿de verdad habéis sido capaces de reprimir vuestro deseo durante tanto tiempo?






