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Así es como funciona todo siempre entre Ember y yo. Si una hace algo por la otra, expresa lo que desea que la otra haga por ella, así que la primera puede pedir de nuevo un favor. Es una especie de trueque, un continuo ir y venir de favores.
Esto cambia su expresión. De repente no parece mirar a través de mí, sino directamente a mí, a mi interior. En su mirada hay un fuego que me incendia y que me sacude todo el cuerpo.
Ésta es una de las razones por las que Alistair se cuenta entre mis mejores amigos. Si yo quisiera podría hablar con él acerca de lo que me está dando vueltas constantemente por la cabeza. Podría hablar con él de todo, pero no debo. Hace tanto tiempo que somos amigos que sintonizamos el uno con el otro y conocemos nuestros límites y los respetamos, incluso si a veces los ponemos a prueba. Dudo que pueda volver a construir una amistad de este tipo con otra persona.
Con estas palabras tomo conciencia de lo gastadas que tengo las suelas y de lo agujereada que está mi mochila. Una ardiente cólera se apropia de mí a una velocidad vertiginosa. —En esto se nota quién te ha educado.
Procuro ignorar el hecho de que es realmente guapa. Nunca había visto una cara como la suya: su nariz respingona no encaja con el gesto orgulloso que rodea su boca, sus ojos de gato no casan con las pecas que cubren su nariz, y tampoco el flequillo recto con su rostro en forma de corazón. Pero, sorprendentemente, todo se ajusta a la perfección. Y cuanto más la miro, más atractiva la veo.
No puedo evitar sonreír. James Beaufort me ha hecho sonreír. Cuando me doy cuenta, me giro de golpe y me pongo a mirar por la ventanilla, pero estoy bastante segura de que lo ha visto. En sus ojos resplandece con claridad algo triunfal. Me pregunto por qué.
Mis buenos modales me indican que debería invitarlo a entrar antes de que quede empapado por la lluvia, pero es que no soy capaz. No me sale. No puedo presentarle a mis padres y mi hermana. A lo mejor nunca podré.
A la mañana siguiente me percaté de lo falso que había sido emborrachándome sin que yo lo supiera y de lo ingenua que había sido yo. Desde entonces no he vuelto a tocar el alcohol.
De repente ya no estoy en casa de los Vega, sino en un mar agitado de color verde amarillento. Ya no tengo diecisiete años, sino ocho. Ya no sé nadar, sino que estoy desamparada, a merced de un agua terriblemente fría. No puedo respirar. Las algas tiran de mí hacia el fondo y no puedo moverme. No me funcionan los brazos, las piernas tampoco reaccionan. Soy incapaz de controlar mi cuerpo.
—Es una muchacha encantadora, señor Beaufort —resuena de repente la voz de Percy por el altavoz sobre mi cabeza. Miro hacia delante aunque la mampara de separación está subida—. No lo estropee.
—Tengo pinta de estar deseando recibir una buena azotaina. Ésta es la diferencia —responde, y me señala con la barbilla—. Ahora tú. Intento imitar la expresión de su cara. Por el temblor que veo en las comisuras de sus labios, no debe de salirme realmente bien.
Seguro que no le sienta bien estar con alguien que lo esconde como si fuera un oscuro secreto.
He escrito su nombre en mi calendario. Y ¡ni siquiera me he dado cuenta! Siento calor en las mejillas y al instante saco el corrector del estuche. Empiezo, pero me detengo sobre las primeras letras. Coloco el tubito lentamente a un lado y acaricio suavemente su nombre.
Antes de que me dé cuenta son las tres, y estoy medio despierta en mi cama con la voz de James todavía en mi oído. Estoy contemplando la sudadera de lacrosse, que está doblada sobre mi mesilla de noche. Y sólo pienso en James.
—Y ¿no lo dice sólo porque arma follón y quiere librarse de él? —insiste incrédulo. Me pregunto qué diría Lexington si supiera que es justamente lo contrario. No quiero librarme de James. Si por mí fuera, pasaría cada minuto de mi tiempo con él.
—Nunca volvería a hacerlo, Ruby. No después de saber todo el esfuerzo que inviertes en estas actividades y lo mucho que significan para ti.
He disfrutado tanto estas últimas semanas... y de ninguna de las maneras quiero perderlo. Sin embargo, me temo que no tengo ningún derecho a intervenir con respecto a este asunto. Los dos sabemos qué mundo escogerá al final.
A lo mejor fue eso lo que me atrajo en un principio de Ruby. Mientras ella toma las riendas de su vida, a mí me llevan de un lado a otro como a las fichas de un juego. Mientras ella vive, yo sólo existo. No encajamos. Pero desearía haberlo comprendido antes de besarla.
Pero cuando alguien perdona a otro por el dolor que le ha infligido, eso no significa que ese dolor desaparezca. Mientras se siente dolor, el perdón es falso.
—¿Qué es lo que no es cierto? ¿Que St Hilda’s no es lo suficientemente bueno para ti, como yo tampoco lo soy porque tus padres quieren algo distinto para ti? ¿Que siempre haces lo que ellos quieren en lugar de pensar qué es lo que tú quieres hacer en la vida? ¡Qué cobarde eres!
—Era mentira. Soy tuyo desde que me arrojaste el dinero a la cara, Ruby Bell.
No voy a arriesgarme a perder a Ruby sólo porque no consigo decirle qué me pasa: por qué soy como soy y por qué tomo las decisiones que a los dos nos duelen tanto. Es difícil encontrar las palabras correctas, sobre todo porque me atenaza el miedo a que no me perdone. No sé qué haría en ese caso.
Estoy enamorado de Ruby Jemima Bell. Lo que siento por ella es universal y grandioso, y no desaparecerá por mucho que intente ignorarlo, eso lo he visto claramente estas últimas semanas.
—Los sueños son importantes, James —susurro. —Entonces, tú eres mi sueño.
—Cuando estás a mi lado tengo la sensación de que soy capaz de conseguirlo todo —dice afónico—. Por eso formas parte, pase lo que pase, de la lista que está confeccionada para hacerme feliz.
Por unos breves instantes llegué a pensar que la relación con James iba a funcionar si los dos lo deseábamos lo suficiente. Pero ahora lo tengo claro. Nunca formaré parte de su mundo. Por desgracia, me doy cuenta ahora, cuando ya es demasiado tarde.