He escrito su nombre en mi calendario. Y ¡ni siquiera me he dado cuenta! Siento calor en las mejillas y al instante saco el corrector del estuche. Empiezo, pero me detengo sobre las primeras letras. Coloco el tubito lentamente a un lado y acaricio suavemente su nombre. Siento un hormigueo en las puntas de los dedos. No es buena señal. Ya hace días que me pregunto de qué se trata.

