Nuestro destino está delante de nosotros y lo desafiamos. Menos por orgullo que por conciencia de nuestra insignificante condición. También nosotros nos compadecemos a veces de nosotros mismos. Es la única compasión que nos parece aceptable, sentimiento que acaso no comprendáis en absoluto y que os parecerá poco viril. Sin embargo, lo experimentan los más audaces de nosotros. Pero llamamos viriles a los lúcidos y no queremos una fuerza que se separe de la clarividencia.