Antes de encontrarse con lo absurdo el hombre cotidiano vive con metas, con un afán de futuro o de justificación (no importa con respecto a quién o a qué). Evalúa sus probabilidades, cuenta con el porvenir, con su retiro o con el trabajo de sus hijos. Cree aún que se puede dirigir algo en su vida. En verdad, obra como si fuese libre, aunque todos los hechos se encarguen de contradecir esa libertad.