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(lo que llamamos una razón de vivir es al mismo tiempo una excelente razón de morir).
todo verdadero conocimiento es imposible. Solo es posible enumerar las apariencias
La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inaugura al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. Lo despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena, o el despertar definitivo. Al final del despertar llega, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento.
Asimismo, y durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva. Pero llega siempre un momento en que hay que llevarlo a él. Vivimos hacia el futuro: «mañana», «más adelante», «cuando te labres una posición», «con los años lo entenderás». Estas inconsecuencias son admirables, pues al fin y al cabo se trata de morir. No obstante, llega un día y el hombre comprueba o dice que tiene treinta años. Afirma así su juventud. Pero al mismo tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupa su lugar en él. Reconoce estar en cierto momento de una curva que confiesa que debe recorrer. Pertenece
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Mientras el espíritu calla en el mundo inmóvil de sus esperanzas, todo se refleja y ordena en la unidad de su nostalgia.
¿De quién y de qué puedo decir, en efecto: «¡Lo conozco!»? Puedo sentir mi corazón y juzgar que existe. Puedo tocar el mundo y juzgar también que existe. En eso se detiene toda mi ciencia, el resto es construcción.
Quiero que me lo expliquen todo, o nada. Y la razón es impotente ante este grito del corazón. La mente despertada por esta exigencia busca y no encuentra sino contradicciones y desatinos. Lo que yo no comprendo carece de razón. El mundo está poblado de esas irracionalidades. Por sí solo, cuyo significado único no comprendo, no es sino una inmensa irracionalidad. Si pudiera decir una sola vez: «esto está claro», todo se salvaría. Pero estos hombres proclaman a porfía que nada está claro, todo es caos, que al hombre solo le queda su clarividencia y el conocimiento preciso de los muros que lo
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Un hombre que cobra conciencia de lo absurdo queda ligado para siempre a él. Un hombre sin esperanza y consciente de serlo no pertenece ya al porvenir. Eso es natural. Pero también lo es que haga esfuerzos por escapar del universo que ha creado.
«Pero para el cristiano la muerte no es en modo alguno el final de todo e implica infinitamente más esperanza que la que entraña la vida, inclusive la desbordante de salud y de fuerza.»
Anteriormente se trataba de saber si la vida, para ser vivida, debía tener un sentido. Ahora parece, por el contrario, que se la vivirá tanto mejor cuanto menos sentido tenga. Vivir una experiencia, un destino, es aceptarlo plenamente.
Comprendo entonces por qué las doctrinas que me explican todo me debilitan al mismo tiempo. Me descargan del peso de mi propia vida, siendo así que es preciso que lo lleve yo solo.
en la medida, en fin, en que ordeno mi vida y pruebo así que admito que tenga un sentido, me creo unas barreras entre las que encierro mi vida.
Abismarse en esta certidumbre sin fondo, sentirse en adelante lo bastante ajeno a la propia vida para acrecentarla y recorrerla sin la miopía del amante, ahí está el principio de una liberación.
La creencia en el sentido de la vida supone siempre una escala de valores, una elección, nuestras preferencias. La creencia en lo absurdo, según nuestras definiciones, enseña lo contrario.
Si me convenzo de que esta vida no tiene otra faz que la de lo absurdo, si siento que todo su equilibrio radica en la perpetua oposición entre mi rebelión consciente y la oscuridad en que la vida se debate, si admito que mi libertad solo tiene sentido con relación a su destino limitado, entonces debo reconocer que lo que importa no es vivir lo mejor posible sino vivir lo más posible.
La moral de un hombre, su escala de valores, solo tienen sentido por la cantidad y la variedad de experiencias que ha ido acumulando.
eso es el genio: la inteligencia que conoce sus fronteras. Hasta la frontera de la muerte física,
No hay otro amor generoso que el que se sabe al mismo tiempo pasajero y singular.
Llega siempre un momento en el que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Eso se llama hacerse hombre. Esos desgarramientos son espantosos. Pero para un corazón orgulloso no hay término medio. Están Dios o el tiempo, la cruz o la espada. Este mundo tiene un sentido más elevado que sobrepasa sus agitaciones, o nada es cierto salvo esas agitaciones. Hay que vivir con el tiempo y morir con él, o hurtarse a él para una vida más grande. Sé que se puede transigir y que es posible vivir en el siglo y creer en lo eterno. Eso se llama aceptar. Pero ese término me repugna, y quiero todo o
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Sí, el hombre es su propio fin. Y es su único fin. Si quiere ser algo, es en esta vida.
Quiero saber si, cuando se acepta vivir sin apelación, se puede consentir también en trabajar y crear sin apelación y cuál es la ruta que lleva a esas libertades.
el atributo de mi divinidad: es la independencia.» Se percibe ya el sentido de la premisa kiriloviana: «Si Dios no existe, yo soy dios». Convertirse en dios es solamente ser libre en esta tierra, no servir a un ser inmortal.
Si Dios existe, todo depende de él y contra su voluntad nada podemos. Si no existe, todo depende de nosotros. Para Kirilov, como para Nietzsche, matar a Dios es hacerse dios uno mismo, es realizar en esta tierra la vida eterna de que habla el Evangelio.[20]
Lo que queda es un destino cuya única salida es fatal. Al margen de esta única fatalidad de la muerte, todo, alegría o felicidad, es libertad. Resta un mundo cuyo único dueño es el hombre. Lo que lo ataba era la ilusión de otro mundo.
No hay sol sin sombra, y es menester conocer la noche.
La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.