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No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía.
(lo que llamamos una razón de vivir es al mismo tiempo una excelente razón de morir).
Matarse es, en cierto sentido y como en el melodrama, confesar. Es confesar que la vida nos supera o que no la entendemos.
Morir voluntariamente supone que hemos reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter ridículo de esta costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento.
Esa forma de no tomarse en serio lo trágico no es tan grave, pero termina juzgando a quien la adopta.
Cogemos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar.
Y es que quien afirma que todas las cosas son verdaderas convierte en verdadero también el enunciado contrario al suyo propio, y, por tanto, convierte el suyo propio en no verdadero
Para un hombre entender el mundo es reducirlo a lo humano, marcarlo con su sello. El universo del gato no es el universo del oso hormiguero.
El hombre absurdo, por el contrario, no procede a esa nivelación. Reconoce la lucha, no desprecia en absoluto la razón y admite lo irracional.
Anteriormente se trataba de saber si la vida, para ser vivida, debía tener un sentido. Ahora parece, por el contrario, que se la vivirá tanto mejor cuanto menos sentido tenga.
Cabría creer que el suicidio sigue a la rebelión. Pero es un error. Porque no representa su desenlace lógico.
o no somos libres y el responsable del mal es Dios todopoderoso, o somos libres y responsables, pero Dios no es todopoderoso.
Por mucho que uno se aparte de todo prejuicio, moral o social, los sufre en parte e incluso ajusta su vida a los mejores de ellos (hay prejuicios buenos y malos).
La moral de un hombre, su escala de valores, solo tienen sentido por la cantidad y la variedad de experiencias que ha ido acumulando.
¿Qué es, en efecto, el hombre absurdo? El que, sin negar lo eterno, no hace nada por él.
No es «teatral» quien quiere serlo y
Desconfiad de quienes dicen: «Conozco eso demasiado bien para poder expresarlo».
Pensar es ante todo querer crear un mundo (o limitar el propio, lo cual viene a ser lo mismo).
Convertirse en dios es solamente ser libre en esta tierra, no servir a un ser inmortal.
Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida