Camilo

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Todo aquel calor se apoyaba en mí y me oponía resistencia. Y cada vez que notaba su aliento amplio y caliente en el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos de los pantalones, tensaba todo el cuerpo para poder más que el sol y aquella embriaguez opaca que derramaba. Con cada espada de luz que surgía de la arena, de una concha blanqueada o de un añico de cristal, se me crispaban las mandíbulas. Anduve mucho rato.
El extranjero
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