El mar acarreó un hálito denso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría cuan ancho era para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se tensó y crispé la mano en la pistola. El gatillo cedió, toqué el vientre bruñido de la culata y ahí fue, en el ruido a un tiempo seco y ensordecedor, donde todo empezó.