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Es innegable: la historia de nuestra familia es nuestra historia. Reside en nosotros, nos guste o no.
Estaba empezando a darme cuenta de que mi capacidad de recibir amor de los demás estaba asociada a mi capacidad de recibir el amor de mi madre.
Estaba siendo capaz por primera vez, que yo recordara, de permitirme a mí mismo recibir el amor y el cariño de mis padres; no del modo que yo había esperado en otros tiempos, sino del modo en que ellos eran capaces de dármelo.
Podemos reaccionar inconscientemente ante determinadas personas, hechos o situaciones de maneras antiguas y familiares que son un eco del pasado.
La repetición traumática o «compulsión de repetición», como la denominó, es un intento por parte del inconsciente de volver a vivir lo que ha quedado por resolver, para intentar «hacerlo bien».
tenderemos a seguir repitiendo nuestras pautas inconscientes hasta que las saquemos a la luz de la consciencia.
cuando el dolor es demasiado grande, las personas tienden a evitarlo. Pero cuando bloqueamos los sentimientos, estamos truncando, sin saberlo, el proceso necesario de curación que puede llevarnos hasta una liberación natural.
Bruce Lipton, pionero de la biología celular, ha demostrado que los pensamientos, creencias y emociones, positivos y negativos, pueden afectar a nuestro ADN.
«las emociones de la madre, como el miedo, la ira, el amor y la esperanza, entre otras, pueden alterar bioquímicamente la expresión genética de sus hijos»12.
El estrés puede producir cambios en nuestro ADN dentro de este entorno compartido. En el apartado siguiente veremos cómo afectan a nuestros genes los traumas de nuestra historia familiar.
Se sabe que los factores de estrés ambientales, como las toxinas y la nutrición inadecuada, así como las emociones estresantes, afectan al ADN no codificante2425.
Las investigaciones han demostrado que las etiquetas epigenéticas pueden marcar diferencias en el modo en que regulamos el estrés en etapas posteriores de la vida32.
Ya se ha publicado un número significativo de estudios que muestran cómo pueden influir las experiencias traumáticas de los padres sobre la expresión genética y sobre las pautas de estrés de los hijos.
«De hecho, se ha demostrado que los acontecimientos vitales estresantes modifican la susceptibilidad al estrés de las generaciones posteriores»47.
Este estudio concreto da a entender que, aunque los seres humanos recibamos buen trato y apoyo en nuestros primeros años, no dejamos de recibir el estrés que sufrieron nuestros padres antes de que nos concibieran.
Los investigadores están descubriendo que nuestros pensamientos, nuestras imágenes interiores y las prácticas diarias como la visualización y la meditación pueden cambiar el modo de expresarse de nuestros genes.
Movidos por nuestro miedo y por nuestra ansiedad, solemos intentar controlar el entorno para sentirnos seguros. Esto se debe a que cuando éramos pequeños teníamos muy poco control, y seguramente no disponíamos de un lugar seguro para refugiarnos de las emociones intensas que sentíamos. Las lesiones del vínculo pueden reproducirse a lo largo de las generaciones si no cambiamos conscientemente la pauta.
Cuando establecemos la relación con lo que está detrás de nuestros miedos y de nuestros síntomas, ya estamos abriendo nuevas posibilidades de resolución.
Doidge afirma que la visualización es un proceso en el que se aplica tanto la imaginación como la memoria.
Shaw ya había expuesto el principio de que «lo que imaginamos, lo hacemos posible».
El inconsciente insiste, se repite y casi tira la puerta abajo con tal de hacerse oír.
«El inconsciente insiste, se repite y casi tira la puerta abajo con tal de hacerse oír. La única manera que tienes de oírlo, de invitarlo a pasar, es dejar de echarle cosas encima (que suelen ser tus propias ideas) y, en vez de ello, escuchar lo impronunciable, que está en todas partes, en el habla, en las representaciones, en los sueños y en el cuerpo»
El lenguaje nuclear nos ayuda a «declarar» los recuerdos que han quedado «no declarados» y nos permite reconstruir los hechos y las experiencias que no hemos podido integrar y ni siquiera recordar.

