Ya lo decía el Txato: a esta mujer no hay dios que la entienda. En casa insistía en la conveniencia de abandonar el pueblo, de llevarse los camiones a un lugar tranquilo y perder de vista a toda esta gente mala y envidiosa que nos rodea, y no bien él emprendía algún tipo de iniciativa con vistas a cambiar de aires, Bittori se la tiraba por tierra.