Muchas veces nos encasillamos por culpa de las expectativas y de la sensación de que tenemos que desempeñar un papel o una función específicos. Es habitual que en las familias los niños reciban una etiqueta: el responsable, el bromista, el terremoto. Cuando asignamos a los niños un atributo, lo cumplen. Y cuando uno de los hijos es el «mejor» —un triunfador, o un niño o una niña bueno—, también suele haber uno que es el «peor». Como dice una de mis pacientes: «De niño, mi hermano daba muchos quebraderos de cabeza. Mi manera de llamar la atención era ayudando y siendo buena». Pero una etiqueta
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