Hay muchas buenas razones por las que evitamos nuestros sentimientos: son incómodos, o no son los sentimientos que creemos que deberíamos tener, o tenemos miedo de cómo podrían herir a los demás, o nos asusta lo que podrían significar, lo que podrían revelar de las elecciones que hemos hecho, o de las que haremos en adelante.