A veces los sentimientos de los que huimos no son los que nos incomodan o nos duelen. A veces eludimos los buenos sentimientos. Nos cerramos a la pasión, el placer y la felicidad. Cuando abusan de nosotros, una parte de nuestra mente se identifica con el agresor y, en ocasiones, adoptamos esa actitud punitiva y agresiva con nosotros mismos, negándonos el permiso para sentirnos bien, privándonos de nuestro derecho de nacimiento: la alegría. Por eso digo a menudo que las víctimas de ayer se pueden convertir perfectamente en los agresores de hoy.