A largo plazo, intentar proteger a otros o a nosotros mismos de nuestros sentimientos es inútil. Pero a muchos nos enseñan desde pequeños a renegar de las respuestas internas; en otras palabras, a renunciar a nuestra identidad genuina. Si un niño dice: «¡La escuela es una mierda!», el padre o la madre contestará: «“Mierda” es una palabra fuerte», o «No digas “mierda”», o «No es para tanto». Si un niño se cae y se pela la rodilla, un adulto dirá: «¡Estás bien!». Al intentar ayudar a los niños a recuperarse de una pena o dificultad, los adultos afectuosos pueden minimizar lo que está viviendo
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