Pero la decisión fundamental que debía tomar no concernía al hombre con quien quería estar. Lo que estaba haciendo con su marido —ocultarle información, esconderse, mantener secretos— lo seguiría haciendo con su amante, o en cualquier relación romántica, hasta que decidiera cambiar. Su libertad no consistía en elegir al hombre idóneo, sino en encontrar el modo de expresar sus deseos, esperanzas y miedos en cualquier relación.