En Auschwitz no había Prozac: 12 consejos de una superviviente para curar tus heridas y vivir en libertad
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La libertad es un modo de vida, una elección que hacemos una y otra vez cada día. En definitiva, la libertad exige esperanza, que yo defino de dos maneras: la conciencia de que el sufrimiento, por más terrible que sea, es temporal; y la curiosidad por descubrir qué pasará a continuación. La esperanza nos permite vivir en el presente en lugar del pasado, así como romper el cerrojo de nuestras cárceles mentales.
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Una persona que escoge el amor se vuelve bondadosa, buena y cariñosa consigo misma. Deja de revivir el pasado. Deja de pedir perdón por no haber estado presente para salvar a todo el mundo. Dice: «Lo hice lo mejor que pude».
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Pero la generosidad deja de ser generosidad si damos eternamente a nuestra costa, si el altruismo nos convierte en mártires o alimenta nuestro resentimiento.
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Y ser autosuficiente no implica rechazar el cuidado y el amor de los demás.
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La libertad consiste en aceptar nuestro ser íntegro e imperfecto y renunciar a la necesidad de ser perfectos.
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«Sí, he cometido un error. No por eso soy una mala persona. Las cosas que hago no representan todo lo que soy. Soy una buena persona».
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El arrepentimiento es el deseo de cambiar el pasado.
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lamentar lo que pasó o lo que no, asumir la responsabilidad por lo que hicimos y lo que no y elegir cómo responder ahora. Por más sensibles que fueran a cómo podían herir o marginar a otros con su conducta, su compañero de clase no iba a volver.
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Pero el amor no es lo que sientes, sino lo que haces.
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Cada elección tiene un coste: ganas algo y pierdes algo.
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El cambio es sinónimo de crecimiento. Para crecer tienes que evolucionar, no involucionar.
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de nosotros depende decidir a qué nos aferramos, de qué nos desprendemos y a qué aspiramos.
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Busca expresiones como «no puedo», «estoy intentando» o «necesito» y trata de reemplazar estas frases restrictivas por otras como «puedo», «quiero», «deseo» o «decido».
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Cuando te arriesgas, no sabes cómo saldrán las cosas. Es posible que no obtengas lo que quieres, que las cosas empeoren. Pero aun así estarás en una condición mejor porque vivirás en el mundo real, no en una realidad imaginaria creada por tu miedo.
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Es mejor arriesgarse y crecer —y tal vez caer— que seguir presos, sin saber jamás lo que podría haber sido.
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Las personas más detestables son las mejores maestras —le dije—. Te enseñan lo que no te gusta de ellas, te enseñan a estudiarte a ti misma. ¿Así que cuánto tiempo dedicas a juzgarte a ti misma?, ¿a inspirarte miedo?
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Las personas más tóxicas y aborrecibles de nuestra vida pueden ser nuestras mejores maestras. La próxima vez que estés en presencia de alguien que te fastidie o te ofenda, mírale con ternura y piensa lo siguiente: «Es humano, ni más ni menos; humano como yo». Y luego pregunta: «¿Qué has venido a enseñarme?».
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El perdón no es algo que hagamos por la persona que nos ha herido. Es algo que hacemos por nosotros mismos, para dejar de ser víctimas o prisioneros del pasado, para poder dejar de cargar con un peso que solo esconde dolor.
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Lo que sacamos del cuerpo no nos envenena, pero lo que se queda dentro sí.
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No podemos borrar el sufrimiento, no podemos cambiar lo que pasó, pero sí podemos elegir encontrar el regalo que entrañan nuestras vidas. Incluso podemos aprender a amar la herida.