La agradecida inmigrante mexicana, que de alguna forma había logrado entrar a los salones de una institución de élite en donde no había otros mexicanos, estaba viva y muy dentro de mí. Yo comprendía que para mis padres haberme mandado a la Lab School había sido una elección. Eso podía acabar en cualquier momento. Les agradecía que hubieran pagado para que estudiara allí aunque había una escuela gratuita muy cerca de la casa. Pero este lugar también estaba cristalizando muchas contradicciones de clase para mí; de hecho, eran tantas que empecé a entender el término clase y todo lo que implicaba.

