Mi propuesta para reemplazar una parte (o la totalidad) de los impuestos y cotizaciones con los que se gravan las rentas del trabajo por un impuesto sobre las transacciones financieras (en la práctica, un «impuesto al pecado» con el que se gravaría una especulación que está mucho más próxima a las apuestas de los casinos que a una contribución a la economía real) pretende ser una manera de poner un marco de referencia a ese debate. Sin duda hay otras. Lo que quiero decir con ello, en un sentido más general, es que devolverle al trabajo su dignidad perdida nos obligará a afrontar las cuestiones
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