Trató de involucrar a quienes lo habían seguido ciegamente en su proyecto matemático, pero ninguno parecía compartir su urgencia ni tolerar su extremismo ahora que el objeto de su obsesión no eran los enigmas abstractos de los números sino el devenir concreto de la sociedad, problemas que Grothendieck enfrentaba con un nivel de inocencia que bordeaba la imbecilidad.

