En Corea del Sur todo parece ser extremo, lo bueno y lo malo no se da en pequeñas dosis y a veces escapa a la comprensión. Un norcoreano —no cualquiera, fue cónsul en Gran Bretaña antes de desertar— ganó una silla por el distrito de Gangnam, uno de los más ricos de Seúl. Representó al partido conservador, que no pierde oportunidad para gritarle rojo a la cara a cualquiera de sus oponentes. La gente, por supuesto, se burló. Lo llaman gangnam-stalin.

