Después de unos instantes de serena locura, llamé a la muerte. Se me apareció sacando los brazos de las refulgentes escamas del Océano y la oí llamarme con su voz desmayada. Sus ojos negros, perforadores y atrayentes, abrieron a mis pies la ancha cuesta del vacío. No pude entregarme a ella y mi alma y las cuerdas de mis nervios estaban tendidas a su voz.