El propio Gobierno británico reconocía haber concedido cartas que otorgaban derechos y privilegios a las colonias. Una diferencia importante de la Declaración de Independencia era que ahora los derechos se consideraban naturales, iguales y vinculantes. Ya no se entendían como privilegios concedidos por un soberano liberal y, por tanto, sujetos a la revocación por parte de este.

