Puede que fuera ese el motivo que impedía a muchas mujeres presentar una denuncia cuando eran víctimas de abuso. Nada de miedo a represalias, al futuro o a la soledad ni de amor a su agresor. Una vez que veía la luz su experiencia, una vez que se aireaba a la vista de todos, los excesos sufridos despojaban a la víctima de su dignidad y la hacían padecer doblemente, a manos de su verdugo y a manos del mundo.

