Yo me pasaba toda la noche leyendo porque me costaba dormir y porque no tenía a quién llamar cuando estaba asustada. A menudo soñaba que la mamá también se moría y me despertaba tan aterrorizada que atravesaba corriendo los interminables corredores en donde acechaban las sombras de los helechos, para ir hasta su cuarto y comprobar que estaba viva. La idea de que pudiera morirse se convirtió en un pensamiento obsesivo. Cada vez que se demoraba un minuto más de la cuenta en llegar a casa o en recogerme en el colegio yo ya me había imaginado todo lo que podría haberle pasado en ese minuto.

