una piedad que, aunque tiene su base en un sólido estudio de la Palabra, no obra aparte del Espíritu. Una persona puede tener conocimiento bíblico; sin embargo, tener una vida muerta en el Espíritu. Sobre esto, Flavel menciona: El reino y el poder del pecado pueden cohabitar junto con los más excelentes dones naturales bajo el mismo techo. Es decir, en el mismo corazón. Un hombre puede tener la voz de un ángel, y el corazón de un demonio… Los sabios fariseos no eran nada sino sepulcros bien pintados[2]

