Los autores del Catecismo de Heidelberg lo dijeron elocuentemente en el siglo XVI: “La providencia es el poder omnipotente y omnipresente de Dios, con el cual Él sustenta y gobierna el cielo, la tierra y todas las criaturas, de manera que la hoja y el tallo, la lluvia y la sequía, la fertilidad y la esterilidad, la comida y la bebida, la salud y la enfermedad, las riquezas y la pobreza, y todas las demás cosas no ocurren al azar, sino que vienen de Su mano paternal”.1