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se había salido con la suya, al fin y al cabo, había estudiado lo que quería estudiar, vivía en compañía de sus libros y de sus innumerables cuadernos, seguramente garabateados con poemas mejores que los que escribía en la adolescencia.
Se creen generosos porque ponen cien lucas mensuales, pero nunca hicieron una tarea con sus hijos, que de todas maneras los quieren, los incluyen en todos los dibujos. Aunque no lleguen. Porque a veces no llegan. Los padres biológicos, los padres separados, los padres puertas afuera son todos la misma mierda. A veces no llegan y no pasa nada. Les ha sido dada esa garantía. Pueden desaparecer y siguen siendo esperados, perdonados, bienvenidos, y cualquier demora, cualquier reclamo, cualquier cosa se arregla con un paquete de cabritas o unos sibilinos osos de peluche.
–¡Chao, familiastra! –gritó Vicente desde la ventana del auto, a manera de despedida.