antes leía rápido, no era su propósito memorizar nada, ni siquiera tomaba notas y tampoco subrayaba –a lo sumo doblaba la esquina de una página para señalar pasajes especialmente relevantes o hermosos, pero tampoco lo hacía todo el tiempo, porque los libros eran para él sagrados, incluso los libros malos eran sagrados. Ahora los respeta menos, ahora los subraya sin pudor y los llena de notas y de papelitos, porque leer es su trabajo. Quizás respondería eso, coquetamente, si alguien se lo preguntara: leer es mi trabajo.