Gerardo Mendoza

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Salió de nuevo a fumar y ahora sí lloró en la vereda. Había llorado muy poco hasta entonces –sentía la impropiedad, la ilegitimidad de su dolor, pensaba que el llanto le correspondía exclusivamente a Carla, como si hubiera una cuota de llanto, una cantidad preasignada de sufrimiento. Ambos habían perdido el hijo, pero sobre todo ella. Era él quien la consolaría, esa era su misión, su función, su trabajo. Porque el vientre raspado era el de ella.
Poeta chileno
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