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Pero los anuncios, dirigidos a los asiduos supervivientes, lo asustaban. Le informaban, con una infinita sucesión de las innumerables razones, de por qué él, un especial, no era un ser querido. No servía. No podía, por mucho que quisiera, emigrar.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
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