Abrí los ojos. Busqué un espejo en un cajón. Era el de mi mamá. Recordé todas las veces en las que la había visto mirarse en ese espejo y traté de buscar algo de ella ahí, algo de mamá que me ayudara ahora. Vi mi boca moverse: «Ezequiel se queda». Agarré la frazada y me tapé hasta la cabeza. Cerré los ojos y empecé a llorar.